Es sabido que uno de los
determinantes sociales de la salud es la vivienda. Y esto se refiere no solo al
tipo y calidad de la habitación, sino al vecindario. De acuerdo a sus características
esta afecta nuestra exposición a factores biológicos – insectos, roedores,
microbios, etc.- físicos – calor, frío, fuego, humedad, derrumbes, inundaciones,
etc. – socioculturales – escuelas, entretenimiento, deporte, seguridad, transporte,
servicios de salud, etc. En este sentido, la vivienda adecuada – incluyendo el
saneamiento básico y acceso a agua potable- se considera una de las medidas más eficaces para reducir la
inequidad en salud.
Recientemente se ha venido
discutiendo la propuesta de la Alcaldía Mayor de Bogotá de destinar el uso de
lotes públicos ubicados en sectores de estratos altos a la construcción de 372
soluciones de vivienda para víctimas del conflicto con el objetivo de reducir
la segregación social de la ciudad.
La polémica se ha enfocado
alrededor de temas que abarcan desde la racionalidad económica de la medida, la
eficacia de la integración social que se pretende entre comunidades tan
distantes, los efectos sobre la seguridad de los barrios donde se aplicará la
medida, y las dificultades del acceso por parte de los recién llegados a bienes y
servicios, entre otros.
Rocas de Granito ha querido revisar
desde el punto de vista de la salud pública los beneficios y problemas de
medidas similares, destinadas a propiciar la integración social de familias de
diversos ingresos al compartir unidades residenciales o vecindarios.
En primer lugar nos preguntamos, ¿cuáles factores relacionados con nuestro estilo de vida pueden influir en la
frecuencia con que enfermamos y morimos?
Uno de los países donde mejor se
han estudiado estas influencias es en el Reino Unido donde se tienen categorías
sociales relacionados con el tipo de empleo (un indicador indirecto del ingreso
y la educación y que se registra sistemáticamente en los certificados de
defunción desde 1911). El informe Whitehead realizado en 1992 mostró
diferencias en la frecuencia de enfermedades crónicas de 40 y 50% que afectaban
a los hombres de mediana edad de grupos sociales más desfavorecidos con
respecto a las clases más altas. Igualmente, la mortalidad infantil era el
doble en los hijos de los trabajadores no calificados en comparación con los
trabajadores profesionales en 1990. Estas diferencias se encuentran en otros
grupos de edad y para la mayoría de las causas de mortalidad, incluyendo las
llamadas "enfermedades de la prosperidad" como la enfermedad coronaria y la cerebrovascular.
Incluso se encontraron diferencias en la mortalidad por tipo de vivienda –
propia, en arriendo o municipal-, acceso a automóvil y nivel de educación.
Además de diferencias en la
mortalidad, se han encontrado también diferencias entre trabajadores no calificados y profesionales en la frecuencia de enfermedad aguda y crónica
incapacitante, así como en otras dimensiones de la salud como percepción de estado
de salud, acondicionamiento físico y bienestar.
Estas diferencias de mortalidad y
morbilidad también
se han encontrado entre grupos sociales en otros países Europeos al igual que en Los Estados Unidos de Norteamérica.
Se puede concluir que el efecto del estrato (condición socioeconómica) sobre la mortalidad
y morbilidad es evidente. Hay que aclarar que la condición socioeconómica por sí sola no es responsable por completo de la magnitud de riesgo; el grado de inequidad y de desigualdad existente en el grupo social es también determinante.
Sobre los factores determinantes, existen algunos relacionados con el comportamiento (como el tabaquismo y el alcoholismo que es más frecuente en los estratos bajos) pero que no explican del todo las diferencias. Otros factores materiales parecen tener una influencia mayor, como empleo y distribución del ingreso, pero no es claro aún el mecanismo por el que actúan (exposición y respuesta al estrés es una explicación probable), y una mayor investigación con datos adicionales es necesaria para avanzar en este tema.
Sobre los factores determinantes, existen algunos relacionados con el comportamiento (como el tabaquismo y el alcoholismo que es más frecuente en los estratos bajos) pero que no explican del todo las diferencias. Otros factores materiales parecen tener una influencia mayor, como empleo y distribución del ingreso, pero no es claro aún el mecanismo por el que actúan (exposición y respuesta al estrés es una explicación probable), y una mayor investigación con datos adicionales es necesaria para avanzar en este tema.
De modo que el tema del hábitat aisladamente,
e independiente de ciertas exposiciones a patógenos y factores ambientales,
podría ser importante en la medida que pudiera significar mejores oportunidades
de educación y empleo, acceso a servicios públicos y de salud. Parecería que el
sólo hecho de cambiar de barrio, sin tener mejor empleo, ingreso y educación no
bastaría para reducir las desigualdades en salud. Es interesante considerar los
factores psicosociales, pues el estrés y la respuesta a este, no sólo serían generados
por el nivel de ingreso sino que también parecería estar relacionado con la posición
en la jerarquía social.
Seguiremos explorando este tema
por considerarlo de gran interés y potencial en las estrategias de reducción de
la desigualdad que se requieren para tener impacto en la salud pública.
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