9/18/2014

De la brecha inaceptable


Salud Mental Global

De la brecha inaceptable entre lo que sabemos y lo que hacemos.

En síntesis
Lo que sabemos: la alta carga de enfermedad de los trastornos mentales en el mundo y la existencia de tratamientos con efectividad para muchos de ellos. 
Lo que hacemos: muy poco.

Es este artículo, Hyman resume muchos del los datos aceptados por los investigadores en salud mental y que han sido repetidos una y otra vez desde que aparecieron los primeros informes e indicadores sobre carga global de enfermedad. Un par de datos, entre muchos:
            - Los trastornos mentales son responsables de casi una cuarta parte (22.9%) de los años vividos con discapacidad en el mundo. 
            - Entre las enfermedades crónicas, los trastornos mentales son responsables de la  mayor pérdida en la productividad. económica (Informe del Foro Económico mundial, 2011).  

Sin embargo, varios mitos sobre las enfermedades mentales han obstaculizado su reconocimiento y un abordaje en salud pública acorde con su importancia. Uno de los mitos que menciona Hyman es el de creer que los trastornos mentales afectan sobre todo a los países desarrollados.  Por el contrario, los trastornos mentales afectan a todas las regiones por igual pero su impacto es mayor  en los países de bajo o mediano ingreso.  El mismo mito, es decir creer que se trata de problemas que conciernen sobre todo al “primer mundo”, es común frente a las enfermedades crónicas o enfermedades no transmisibles.

El alto impacto de los trastornos mentales no es difícil de entender, debido a su prevalencia relativamente alta, el inicio en etapas tempranas de la vida, su curso crónico, y el compromiso que producen en motivación, desempeño laboral o educativo, en las relaciones familiares y su mortalidad prematura.  Hay que recordar siempre que el sufrimiento de la persona y de quienes le son cercanas es un impacto enorme de los trastornos mentales que no está reflejado en la mayoría de los indicadores.

El siguiente punto del argumento de Hyman es que existen tratamientos efectivos para los trastornos mentales, incluyendo no solo medicamentos (antidepresivos, antipsicóticos y estabilizadores del ánimo), sino también psicoterapias y otras intervenciones en la conducta.  Estas intervenciones han sido probadas en países de bajo y mediano ingreso y también son costo efectivas.  Hay que aclarar que, al igual que en otras enfermedades crónicas (ej. diabetes, hipertensión, enfermedades coronarias), los tratamientos para los trastornos mentales también tienen sus límites.

Finalmente, el argumento menos complicado  sobre la brecha inaceptable, y el más evidente, es la escasa prioridad de las salud mental en la política global de salud y los recursos insuficientes que se dedican a ella. Se calcula que hasta un 80% de las personas con trastornos mentales en países de bajo y mediano ingreso no tienen tratamiento adecuado.  En Colombia, el estudio nacional de salud mental de 2003 encontró que entre el 85.5% y el 94.7% de quienes tenían algún trastorno mental no habían accedido a ningún tipo de servicio de salud.  Y en cuanto a los recursos asignados, en los países de bajo y mediano ingreso el presupuesto promedio asignado a salud mental es de 1% a 2% de los gastos totales de salud (atlas de salud mental).

Frente al panorama descrito resulta entonces inaceptable la exclusión de los trastornos mentales de la discusión de alto nivel de las Naciones Unidas sobre enfermedades crónicas en Septiembre de 2011, al igual que en los nuevos retos del milenio.

¿Cuáles son las razones para el punto ciego, la escasa visibilidad de la salud mental?  Hyman aduce el estigma y la ignorancia como principales razones para este desconocimiento.  Según Hyman, esto se da en el terreno fértil del relativo retraso en los avances de la investigación científica de los trastornos mentales en comparación con otras áreas de la medicina.  A mi modo de ver, este no es el problema, y se contradice Hyman, pues poco antes había dicho que ya tenemos el conocimiento suficiente para empezar a aplicar lo que se sabe.  Claro: deberíamos saber más, pero eso no es escusa para eludir la obligación de aplicar lo que se sabe.

Otro factor resaltado por el autor, y a mi juicio más importante, es la débil abogacía de los defensores o promotores de salud mental, en gran parte por la relativa debilidad política de los pacientes con trastornos mentales y sus familiares. Por fortuna, en Colombia ya hay un trabajo importante en este campo, pero es necesario avanzar más y difundir el modelo de una mayor participación de los pacientes y sus familias a poblaciones más marginadas en todo el país.

Para concluir: el artículo resume los datos más pertinentes sobre la carga de enfermedad resultado de los trastornos mentales y expone algunas razones por las cuáles este hecho no ha sido reflejado en las políticas de salud globales.  El resultado final es una brecha inaceptable entre lo que se sabe y lo poco que se hace.

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