Salud
Mental Global
De la
brecha inaceptable entre lo que sabemos y lo que hacemos.
En síntesis
Lo que
sabemos: la alta carga de enfermedad de los trastornos mentales en el mundo y
la existencia de tratamientos con efectividad para muchos de ellos.
Lo que
hacemos: muy poco.
Es este
artículo, Hyman resume muchos del los datos aceptados por los investigadores en
salud mental y que han sido repetidos una y otra vez desde que aparecieron los primeros
informes e indicadores sobre carga global de enfermedad. Un par de datos, entre
muchos:
- Los trastornos mentales son
responsables de casi una cuarta parte (22.9%) de los años vividos con
discapacidad en el mundo.
- Entre las enfermedades crónicas,
los trastornos mentales son responsables de la mayor pérdida en la productividad. económica (Informe del Foro Económico mundial, 2011).
Sin
embargo, varios mitos sobre las enfermedades mentales han obstaculizado su reconocimiento
y un abordaje en salud pública acorde con su importancia. Uno de los mitos que
menciona Hyman es el de creer que los trastornos mentales afectan sobre todo a
los países desarrollados. Por el
contrario, los trastornos mentales afectan a todas las regiones por igual pero su
impacto es mayor en los países de bajo o
mediano ingreso. El mismo mito, es decir
creer que se trata de problemas que conciernen sobre todo al “primer mundo”, es
común frente a las enfermedades crónicas o enfermedades no transmisibles.
El alto
impacto de los trastornos mentales no es difícil de entender, debido a su
prevalencia relativamente alta, el inicio en etapas tempranas de la vida, su
curso crónico, y el compromiso que producen en motivación, desempeño laboral o
educativo, en las relaciones familiares y su mortalidad prematura. Hay que recordar siempre que el sufrimiento
de la persona y de quienes le son cercanas es un impacto enorme de los trastornos
mentales que no está reflejado en la mayoría de los indicadores.
El
siguiente punto del argumento de Hyman es que existen tratamientos efectivos
para los trastornos mentales, incluyendo no solo medicamentos (antidepresivos,
antipsicóticos y estabilizadores del ánimo), sino también psicoterapias y otras
intervenciones en la conducta. Estas
intervenciones han sido probadas en países de bajo y mediano ingreso y también
son costo efectivas. Hay que aclarar que,
al igual que en otras enfermedades crónicas (ej. diabetes, hipertensión,
enfermedades coronarias), los tratamientos para los trastornos mentales también
tienen sus límites.
Finalmente,
el argumento menos complicado sobre la
brecha inaceptable, y el más evidente, es la escasa prioridad de las salud mental
en la política global de salud y los recursos insuficientes que se dedican a
ella. Se calcula que hasta un 80% de las personas con trastornos mentales en
países de bajo y mediano ingreso no tienen tratamiento adecuado.
En
Colombia, el estudio nacional de salud mental de 2003 encontró que entre el
85.5% y el 94.7% de quienes tenían algún trastorno mental no habían accedido a ningún
tipo de servicio de salud. Y en cuanto a los recursos asignados, en los
países de bajo y mediano ingreso el presupuesto promedio asignado a salud
mental es de 1% a 2% de los gastos totales de salud (atlas de salud mental).
Frente
al panorama descrito resulta entonces inaceptable la exclusión de los
trastornos mentales de la discusión de alto nivel de las Naciones Unidas sobre
enfermedades crónicas en Septiembre de 2011, al igual que en los nuevos retos
del milenio.
¿Cuáles
son las razones para el punto ciego, la escasa visibilidad de la salud mental? Hyman aduce el estigma y la ignorancia como
principales razones para este desconocimiento.
Según Hyman, esto se da en el terreno fértil del relativo retraso en los
avances de la investigación científica de los trastornos mentales en
comparación con otras áreas de la medicina.
A mi modo de ver, este no es el problema, y se contradice Hyman, pues
poco antes había dicho que ya tenemos el conocimiento suficiente para empezar a
aplicar lo que se sabe. Claro:
deberíamos saber más, pero eso no es escusa para eludir la obligación de
aplicar lo que se sabe.
Otro
factor resaltado por el autor, y a mi juicio más importante, es la débil
abogacía de los defensores o promotores de salud mental, en gran parte por la
relativa debilidad política de los pacientes con trastornos mentales y sus
familiares. Por fortuna, en Colombia ya hay un trabajo importante en este
campo, pero es necesario avanzar más y difundir el modelo de una mayor participación
de los pacientes y sus familias a poblaciones más marginadas en todo el país.
Para concluir:
el artículo resume los datos más pertinentes sobre la carga de enfermedad
resultado de los trastornos mentales y expone algunas razones por las cuáles
este hecho no ha sido reflejado en las políticas de salud globales. El resultado final es una brecha inaceptable
entre lo que se sabe y lo poco que se hace.
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