12/13/2014

El dolor sin metáforas: la realidad neural del rechazo social.




Dolor, dolor psíquico, dolor mental y dolor social.  ¿Se trata tan solo de una metáfora o hay algo que los relaciona de una manera mucho más estrecha?  Si es una metáfora, usamos el término sentir dolor cuando tenemos una experiencia emocional que nos ocasiona sufrimiento.  Y si la única analogía que tenemos es la experiencia física, entonces diremos dolor.  Es una expresión compartida en muchas culturas y que tiene una larga historia.  “Te acompaño en el dolor”, decimos, y la frase tiene pleno sentido.

¿Podría ser más que una analogía? ¿Cómo estudiar y mostrar los efectos físicos de un dolor social?

Para los seres humano, los lazos y vínculos sociales son parte de su naturaleza y están inscritos en su psiquismo y en su biología.  El largo período de maduración durante los primeros años de vida se da en el marco de una dependencia que en un principio es absoluta y que se va torna relativa gracias a las crecientes capacidades del individuo, sin desaparecer del todo.  Siempre dependemos de otros, hasta cierto punto, y ello es sano.

El lado anverso de los vínculos sociales es el efecto potencialmente negativo de la ruptura de los lazos afectivos.  Para muchas personas, las rupturas de los vínculos, por una relación que se termina, por un rechazo, o por el duelo, se encuentran entre las experiencias más difíciles de la vida y con frecuencia son un evento desencadenador de trastornos mentales y/o de períodos de adaptación difícil. La importancia de los vínculos sociales ha sido estudiada desde hace mucho tiempo por la psicología (ej. Freud, Bowlby) pero recientemente ha encontrado la manera de ser abordada desde la perspectiva de las neurociencias.

Hablar de dolor social puede no ser tan familiar como hablar del dolor del duelo o el de las rupturas.  El dolor social se define como el malestar o los efectos negativos relacionados con daño o amenaza al sentido propio de valor o de conexión social como resultado de un rechazo social, exclusión social, pérdida social o evaluación social negativa. 

Los datos de las investigaciones señalan que los mismos circuitos que procesan el dolor físico (daño  o injuria corporal) son responsables de procesar los daños sociales (injuria o lesión social). Las primeras evidencias de una vía común entre el procesamiento del dolor físico y del dolor social surgieron de la comprobación en modelos animales del papel de opioides, que bloquan el dolor físico, en aliviar los efectos de la separación social. En varias especies, los opioides disminuyen las “llamadas de aislamiento”, vocalizaciones emitidas por infantes en respuesta a la separación maternal; en otras palabras, el llanto.

El dolor físico consiste en un componente sensorial (localización del estímulo doloroso, su característica ej. punzante, presión y su intensidad) y un componente afectivo, que torna el dolor en una experiencia desagradable, negativa y que moviliza al individuo a terminar el origen del dolor. También los circuitos neurales que procesan el componente afectivo del dolor físico y el dolor social se superponen, siendo la zona critica la corteza dorsal del cíngulo anterior.

En humanos, uno de los estudio iniciales utilizó un juego de computador (Cyberball) en el que los participantes creen que están jugando con otras personas a través del internet cuando en realidad es controlado por un computador.  El experimento consiste en que el participante al inicio es incluido en el juego para luego ser excluido o ignorado por los “otros dos participantes”.  El participante que es excluido muestra activación aumentada de la región de cíngulo.  Otros estudios hechos en situaciones de exclusión social y duelo arrojan resultados similares. 

Una primera conclusión de los estudios es que las zonas del cerebro que se activan por un dolor físico son las mismas zonas que se activan cuando alguien se siente excluido socialmente.  Además, las personas que son más sensibles al dolor físico (es decir, que tienen un umbral más bajo para el dolor), también son más sensibles al dolor social.

A su vez, las condiciones que aumentan el riesgo para sensibilización al dolor social, como son el trauma temprano y la marginalización, también pueden aumentar el riesgo de síntomas somáticos y enfermedades físicas.  De otra parte, la exclusión o rechazo social también aumenta la sensibilidad al dolor de origen corporal. Y obviamente, los vínculos sociales son protectores tanto para las experiencias emocionalmente dolorosas como para la salud en general.

En síntesis:

El dolor social es real, y tiene bases neurológicas claras.
El dolor de la exclusión o el rechazo social ocurre en el cuerpo e involucra circuitos cerebrales asociados al dolor físico.
Estos hallazgos permiten entender mejor los efectos negativos de la exclusión y discriminación que padecen las personas con trastornos mentales.

Referencia