Dolor,
dolor psíquico, dolor mental y dolor social.
¿Se trata tan solo de una metáfora o hay algo que los relaciona de una
manera mucho más estrecha? Si es una
metáfora, usamos el término sentir dolor cuando tenemos una experiencia
emocional que nos ocasiona sufrimiento.
Y si la única analogía que tenemos es la experiencia física, entonces
diremos dolor. Es una expresión
compartida en muchas culturas y que tiene una larga historia. “Te acompaño en el dolor”, decimos, y la
frase tiene pleno sentido.
¿Podría
ser más que una analogía? ¿Cómo estudiar y mostrar los efectos físicos de un
dolor social?
Para
los seres humano, los lazos y vínculos sociales son parte de su naturaleza y
están inscritos en su psiquismo y en su biología. El largo período de maduración durante los
primeros años de vida se da en el marco de una dependencia que en un principio
es absoluta y que se va torna relativa gracias a las crecientes capacidades del
individuo, sin desaparecer del todo.
Siempre dependemos de otros, hasta cierto punto, y ello es sano.
El lado
anverso de los vínculos sociales es el efecto potencialmente negativo de la
ruptura de los lazos afectivos. Para muchas
personas, las rupturas de los vínculos, por una relación que se termina, por un
rechazo, o por el duelo, se encuentran entre las experiencias más difíciles de
la vida y con frecuencia son un evento desencadenador de trastornos mentales
y/o de períodos de adaptación difícil. La
importancia de los vínculos sociales ha sido estudiada desde hace mucho tiempo
por la psicología (ej. Freud, Bowlby) pero recientemente ha encontrado la
manera de ser abordada desde la perspectiva de las neurociencias.
Hablar
de dolor social puede no ser tan familiar como hablar del dolor del duelo o el
de las rupturas. El dolor social se
define como el malestar o los efectos negativos relacionados con daño o amenaza
al sentido propio de valor o de conexión social como resultado de un rechazo
social, exclusión social, pérdida social o evaluación social negativa.
Los
datos de las investigaciones señalan que los mismos circuitos que procesan el
dolor físico (daño o injuria corporal)
son responsables de procesar los daños sociales (injuria o lesión social). Las
primeras evidencias de una vía común entre el procesamiento del dolor físico y
del dolor social surgieron de la comprobación en modelos animales del papel de opioides,
que bloquan el dolor físico, en aliviar los efectos de la separación social. En
varias especies, los opioides disminuyen las “llamadas de aislamiento”,
vocalizaciones emitidas por infantes en respuesta a la separación maternal; en
otras palabras, el llanto.
El
dolor físico consiste en un componente sensorial (localización del estímulo
doloroso, su característica ej. punzante, presión y su intensidad) y un
componente afectivo, que torna el dolor en una experiencia desagradable,
negativa y que moviliza al individuo a terminar el origen del dolor. También
los circuitos neurales que procesan el componente afectivo del dolor físico y
el dolor social se superponen, siendo la zona critica la corteza dorsal del
cíngulo anterior.
En
humanos, uno de los estudio iniciales utilizó un juego de computador (Cyberball)
en el que los participantes creen que están jugando con otras personas a través
del internet cuando en realidad es controlado por un computador. El experimento consiste en que el participante
al inicio es incluido en el juego para luego ser excluido o ignorado por los
“otros dos participantes”. El
participante que es excluido muestra activación aumentada de la región de
cíngulo. Otros estudios hechos en
situaciones de exclusión social y duelo arrojan resultados similares.
Una
primera conclusión de los estudios es que las zonas del cerebro que se activan
por un dolor físico son las mismas zonas que se activan cuando alguien se
siente excluido socialmente. Además, las
personas que son más sensibles al dolor físico (es decir, que tienen un umbral
más bajo para el dolor), también son más sensibles al dolor social.
A su
vez, las condiciones que aumentan el riesgo para sensibilización al dolor
social, como son el trauma temprano y la marginalización, también pueden
aumentar el riesgo de síntomas somáticos y enfermedades físicas. De otra parte, la exclusión o rechazo social
también aumenta la sensibilidad al dolor de origen corporal. Y obviamente, los
vínculos sociales son protectores tanto para las experiencias emocionalmente dolorosas
como para la salud en general.
En síntesis:
El dolor social es real, y
tiene bases neurológicas claras.
|
El dolor de la exclusión o el
rechazo social ocurre en el cuerpo e involucra circuitos cerebrales asociados
al dolor físico.
|
Estos hallazgos permiten
entender mejor los efectos negativos de la exclusión y discriminación que
padecen las personas con trastornos mentales.
|
Referencia