12/13/2014

El dolor sin metáforas: la realidad neural del rechazo social.




Dolor, dolor psíquico, dolor mental y dolor social.  ¿Se trata tan solo de una metáfora o hay algo que los relaciona de una manera mucho más estrecha?  Si es una metáfora, usamos el término sentir dolor cuando tenemos una experiencia emocional que nos ocasiona sufrimiento.  Y si la única analogía que tenemos es la experiencia física, entonces diremos dolor.  Es una expresión compartida en muchas culturas y que tiene una larga historia.  “Te acompaño en el dolor”, decimos, y la frase tiene pleno sentido.

¿Podría ser más que una analogía? ¿Cómo estudiar y mostrar los efectos físicos de un dolor social?

Para los seres humano, los lazos y vínculos sociales son parte de su naturaleza y están inscritos en su psiquismo y en su biología.  El largo período de maduración durante los primeros años de vida se da en el marco de una dependencia que en un principio es absoluta y que se va torna relativa gracias a las crecientes capacidades del individuo, sin desaparecer del todo.  Siempre dependemos de otros, hasta cierto punto, y ello es sano.

El lado anverso de los vínculos sociales es el efecto potencialmente negativo de la ruptura de los lazos afectivos.  Para muchas personas, las rupturas de los vínculos, por una relación que se termina, por un rechazo, o por el duelo, se encuentran entre las experiencias más difíciles de la vida y con frecuencia son un evento desencadenador de trastornos mentales y/o de períodos de adaptación difícil. La importancia de los vínculos sociales ha sido estudiada desde hace mucho tiempo por la psicología (ej. Freud, Bowlby) pero recientemente ha encontrado la manera de ser abordada desde la perspectiva de las neurociencias.

Hablar de dolor social puede no ser tan familiar como hablar del dolor del duelo o el de las rupturas.  El dolor social se define como el malestar o los efectos negativos relacionados con daño o amenaza al sentido propio de valor o de conexión social como resultado de un rechazo social, exclusión social, pérdida social o evaluación social negativa. 

Los datos de las investigaciones señalan que los mismos circuitos que procesan el dolor físico (daño  o injuria corporal) son responsables de procesar los daños sociales (injuria o lesión social). Las primeras evidencias de una vía común entre el procesamiento del dolor físico y del dolor social surgieron de la comprobación en modelos animales del papel de opioides, que bloquan el dolor físico, en aliviar los efectos de la separación social. En varias especies, los opioides disminuyen las “llamadas de aislamiento”, vocalizaciones emitidas por infantes en respuesta a la separación maternal; en otras palabras, el llanto.

El dolor físico consiste en un componente sensorial (localización del estímulo doloroso, su característica ej. punzante, presión y su intensidad) y un componente afectivo, que torna el dolor en una experiencia desagradable, negativa y que moviliza al individuo a terminar el origen del dolor. También los circuitos neurales que procesan el componente afectivo del dolor físico y el dolor social se superponen, siendo la zona critica la corteza dorsal del cíngulo anterior.

En humanos, uno de los estudio iniciales utilizó un juego de computador (Cyberball) en el que los participantes creen que están jugando con otras personas a través del internet cuando en realidad es controlado por un computador.  El experimento consiste en que el participante al inicio es incluido en el juego para luego ser excluido o ignorado por los “otros dos participantes”.  El participante que es excluido muestra activación aumentada de la región de cíngulo.  Otros estudios hechos en situaciones de exclusión social y duelo arrojan resultados similares. 

Una primera conclusión de los estudios es que las zonas del cerebro que se activan por un dolor físico son las mismas zonas que se activan cuando alguien se siente excluido socialmente.  Además, las personas que son más sensibles al dolor físico (es decir, que tienen un umbral más bajo para el dolor), también son más sensibles al dolor social.

A su vez, las condiciones que aumentan el riesgo para sensibilización al dolor social, como son el trauma temprano y la marginalización, también pueden aumentar el riesgo de síntomas somáticos y enfermedades físicas.  De otra parte, la exclusión o rechazo social también aumenta la sensibilidad al dolor de origen corporal. Y obviamente, los vínculos sociales son protectores tanto para las experiencias emocionalmente dolorosas como para la salud en general.

En síntesis:

El dolor social es real, y tiene bases neurológicas claras.
El dolor de la exclusión o el rechazo social ocurre en el cuerpo e involucra circuitos cerebrales asociados al dolor físico.
Estos hallazgos permiten entender mejor los efectos negativos de la exclusión y discriminación que padecen las personas con trastornos mentales.

Referencia

11/18/2014

Salud mental en la Ley Nacional de Salud Mental.


Con esta entrada se inicia la discusión sobre los retos y realidades que enfrenta una política de salud mental que aspira a convertirse en una prioridad para la salud pública.

La Ley 1616 o Ley de Salud Mental en Colombia fue aprobada en Enero de 2012. Es una ley progresista, moderna, basada en un enfoque de derechos, y que privilegia el concepto de promoción y prevención en salud mental.  Busca “garantizar el ejercicio pleno del Derecho a la Salud Mental” de la población colombiana y en el preámbulo prioriza a la infancia y la adolescencia.  En la introducción se destaca también la promoción y la prevención en salud mental, la atención integral y la atención integrada, la promoción de calidad de vida y la atención primaria en salud.

La Ley de Salud Mental representa un avance importante para alcanzar una política de salud mental que sea una realidad y que incluya los niveles más básicos de la atención en salud.  Como toda política ambiciosa tiene también sus dificultades, y el reto principal está en la implementación de la promoción y de la prevención en salud mental y en articular los niveles de atención primaria de una manera integral, sin olvidar a quienes padecen trastornos mentales severos. 

Ley 1616: Su Campo de acción.

La Ley 1616 define la  salud mental como “un estado dinámico que se expresa en la vida cotidiana a través del comportamiento y la interacción de manera tal que permite a los sujetos individuales y colectivos desplegar sus recursos emocionales, cognitivos y mentales para transitar por la vida cotidiana, para trabajar, para establecer relaciones significativas y para contribuir a la comunidad.”

La definición de salud mental en la Ley 1616 sigue los delineamientos de la OMS, quienes usan básicamente la misma definición.   En la constitución de la OMS la salud en general es definida como “…un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.”  Y sobre salud mental, dice la OMS: “La salud mental no es sólo la ausencia de trastornos mentales. Se define como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.”  Cuando se dice que no solo es la ausencia de un trastorno mental se está diciendo que es cuando menos la ausencia de un trastorno mental.  Y esta afirmación es importante, para mantener la especificidad de la salud mental al expandirla a los aspectos de promoción, prevención, y de la salud mental positiva.

En buena hora se da otro paso más para dejar atrás la predominancia del modelo biomédico y se aborda una definición más general, más en línea con la definición de salud como el completo bienestar y no solo como la ausencia de síntomas.   Salta a la vista que definir tanto salud mental como trastorno mental no es tarea fácil, y que la que ofrece la Ley 1616 contiene algunas expresiones problemáticas.  Por ejemplo, este enfoque corre el riesgo de ser demasiado “nebuloso” al tratar de ser inclusivo.  Si la salud mental es poder vivir una “vida buena”, pues el problema es que al ser todo, no es nada.  Salud mental no es toda la vida de un individuo.  O bien se abandona el concepto de salud mental, o se trata de conservar alguna especificidad en el mismo.  ¿Cuál es la diferencia entre “transitar por la vida cotidiana” y “vivir”? Cuándo la ley habla de “sujetos individuales y colectivos”, ¿está afirmando que existe una “salud mental colectiva”?  ¿Quién define “un colectivo”, y más aún, una “buena salud mental colectiva”?  ¿Y cómo se va a definir contribuir a la comunidad?

Además, en la definición no hay algo que permita entender qué es un trastorno mental, pues no todas las dificultades emocionales , cognitivas o mentales en trabajar, transitar por la vida cotidiana o en establecer relaciones significativas que tiene un individuo son debidas a un trastorno mental.  Los trastornos mentales se excluyen de la definición inicial, y aparecen en el artículo 5º, otras definiciones. Y nuevamente, la definición de trastorno mental plantea otras dificultades, que serán discutidas en otra ocasión.

La presencia y ausencia de síntomas sigue siendo importante para una política de salud mental.  Para empezar, hay una razón histórica, y es que el campo de la salud mental se origina en el interés de muchas disciplinas por estudiar el problema de los trastornos mentales, lo cual llevó de manera lógica a considerar los diferentes factores de riesgo y de ahí a los determinantes sociales, que desembocan en una visión más amplia de salud mental. Y en segundo lugar, si bien hay dificultades en promover una salud mental entre ciudadanos que no experimentan “síntomas”, los obstáculos, las barreras, y el estigma más importantes siguen siendo los derivados de los llamados trastornos mentales severos.  Cuando se trata de promover el bienestar, la felicidad, mejorar la relaciones interpersonales, casi todo el mundo está de acuerdo, así no sepan bien como hacerlo.  Pero cuando se trata de abordar sin prejuicios a las personas con trastorno mental severo, y tener un mejor entendimiento de su situación sin estigma y sin exclusión, las cosas son más complejas.  En otras palabras: la convivencia con el “semejante” (que no tiene un trastorno mental severo) plantea problemas distintos al de la convivencia con alguien que padece un trastorno mental (visto como “el diferente”).  En suma: es importante seguir concentrando esfuerzos en la detección, tratamiento temprano, y la rehabilitación de los trastornos mentales severos, tanto por ser un campo específico de acción de la salud mental, como por el impacto general que este grupo de problemas tiene sobre la comunidad.

Para resumir: La Ley 1616 es un avance importante para sentar las bases de una política de salud mental, cuya tarea aún está pendiente.  Al definir la salud mental, la ley lo hace de una manera amplia que permite incluir elementos sociales que trascienden el nivel individual.   La ley también aboga por un abordaje intersectorial de la salud mental, dirigido a modificar determinantes sociales que son cruciales sobre todo en la infancia y la adolescencia. Sin embargo, al expandir tanto el campo e incluir múltiples actores y sectores corre el riesgo de perder el enfoque específico de salud mental.

10/30/2014

Acciones para alcanzar un servicio de salud mental integrado en la comunidad.



Al menos desde la Declaración de Caracas en 1990, que llamaba a una reestructuración de la atención psiquiátrica, los expertos internacionales han repetido una y otra vez la necesidad de implementar servicios de atención primaria en salud mental basados en la comunidad. Tal es la recomendación de la OMS y así está consignado en el Plan de acción en salud mental del 53 Consejo Directivo de la OPS recientemente aprobado.  En Colombia, tanto los Lineamientos de Política de salud mental (2005) como la Ley de salud  mental (Ley 1616) también consideran central la provisión de servicios integrados centrados en la comunidad. Si bien la definición de atención primaria comprende numeros aspectos, se puede decir que es un sistema que garantiza un acceso directo a los servicios más básicos de salud, cerca al lugar donde vive la persona, con un equipo de salud que se centra en la promoción, prevención y manejo de los problemas de salud más comunes y que coordina las distintas intervenciones que llegue a necesitar el usuario.

En un artículo de la revista Health Affairs de Septiembre de 2014 un grupo de expertos internacionales hace las recomendaciones que juzgan necesarias para alcanzar dicho objetivo.  Luego de plantear consideraciones muy similares a las planteadas por Hyman (ver entrada anterior), resaltando la brecha en salud mental a nivel global, el grupo de expertos hace sus recomendaciones que son básicamente las mismas que ha hecho la OMS (ver mhGAP, programa de acción para superar las brechas en salud mental.)

Las ventajas y la necesidad de un servicio integrado y basado en la atención primaria y  en la comunidad se dan por descontado.  Es un punto que no genera mayor controversia, pues hacia ese objetivo convergen los sistemas de salud en general a nivel global, incluyendo la atención de enfermedades crónicas y la salud mental.

Vale la pena mencionar, y los autores del artículo así lo reconocen, que en este caso la teoría va más adelante que la evidencia.  Muchos de los programas que se recomiendan no han sido adecuadamente evaluados en muchos países.  Tampoco han sido implementados a gran escala.  A pesar de estos vacíos en la evidencia, los datos de algunos estudios realizados en varias partes del mundo dan pie para apoyar la racionalidad de las recomendaciones.


Las recomendaciones de políticas de salud mental, adoptadas por la cumbre mundial de innovaciones para la salud 2013, son las siguientes:


Recomendación
Cómo está en Colombia
1. Empoderar a las personas con trastornos mentales y a sus familias.

Fase inicial
2. Desarrollar un talento humano diverso en salud mental.

Insuficiente
Mal distribuido
Inequidades regionales
Falta claridad en funciones
3. Desarrollar equipos de salud mental interdisciplinarios y cuidado colaborativos (cuidado integral).

Existe en niveles de atención hospitalaria
El cuidado no suele tener continuidad
4. Usar la tecnología para mejorar el acceso a la atención en salud mental.

Pendiente
5. Identificación y tratamiento temprano de problemas en salud mental.

Pendiente
6. Disminuir la mortalidad prematura en personas con trastorno mentales.
Pendiente



 Nota: Las calificaciones son apreciaciones propias, y serán modificadas de acuerdo a la evidencia.

Queda como tarea documentar cuáles de estas intervenciones han sido aplicadas en Colombia, y cuál es la calidad de la evidencia que las apoyan.  Otro punto que no ha sido suficientemente analizado es cómo los medios sociales y la comunicación en la red cambian el concepto de comunidad.  Si se desarrolla en forma la provisión de servicios basados en tecnologías móviles la comunidad resultante podrá ser bien diferente.

Referencia

DeSilva, M., Samele, C., Saxena, S., Patel, V., & Darzi, A. (2014). Policy actions to achieve integrated community-based mental health services. Health Affairs (Project Hope), 33(9), 1595–602. doi:10.1377/hlthaff.2014.0365




10/16/2014

Del Ébola, metáforas y lecciones.


El Ébola es tan concreto como un virus “simple”.  El Zaire ebolavirus, del género Filovirus, fue identificado primero en 1976 y debe su nombre a un río africano en la zona geográfica dónde fue descubierto. Su modo de transmisión es mediante contacto directo con secreciones o fluidos de una persona con síntomas de la enfermedad. Su mecanismo de acción consiste en desactivar la respuesta inmune de su huésped y alterar el sistema vascular. Luego de un período de incubación que en promedio tarda entre 6 y 10 días (con un rango entre 2 y 21 días), los primeros síntomas son inespecíficos y semejan otras enfermedades comunes.  El cuadro clínico puede progresar presentando hemorragias, aunque esta no es la causa principal de muerte, sino el shock, la coagulación intravascular diseminada y la falla multi orgánica que pueden sobrevenir.  No hay tratamiento aprobado, pero el soporte básico incluyendo líquidos intravenosos es esencial, e inexistente para la mayoría de los afectados en África.

Hasta el momento, el virus del Ébola ha ocasionado 24 brotes, pero la actual epidemia sobrepasa por mucho a las anteriores.  Este es el segundo brote urbano: Liberia es el país más afectado, junto con Sierra Leone y Guinea (origen del actual brote), con una mortalidad alrededor del 50%. Como es de esperar, hay un probable subregistro de los casos y muertes por la enfermedad.

La enfermedad por el virus del Ébola es también compleja como una metáfora y origen de temores que, como ya han señalado algunos, se diseminan con mayor virulencia que el mismo virus.  CuentaJosé Naranjo quien ha visto la triste desolación que ocasiona el Ébola, que según los habitantes de Kailahun, en Sierra Leona, apenas murió una mujer una serpiente salió de su casa.  Esa mujer fue el caso cero de la epidemia en Sierra Leona, habiendo contraído la enfermedad en Guinea, donde había asistido a un entierro.  Como era la presidente de la asociación de mujeres, muchas de ellas la acompañaron durante su enfermedad y resultaron infectadas.

El origen de este temor es sin duda racional: la alta mortalidad, la inexistencia hasta el momento de una vacuna o de un tratamiento específico.  Los expertos insisten en que su modo de transmisión es poco eficaz cuando se compara con otros virus, ante todo por requerir un contacto directo, pero esto no es suficiente para atemperar el temor a un contagio masivo.  Los noticieros transmiten las imágenes de enfermeras con trajes que parecen sacados de una película: trajes protectores donde un pequeño error en el protocolo de seguridad es suficiente para contraer la temida enfermedad.

Pero los miedos, símbolos o connotaciones aterrorizadoras del virus pueden llevar a comportamientos que terminan siendo contra productivos.  En los países afectados, han corrido los rumores que insisten en que el Ébola es inoculado por occidentales para matar a los nativos, o que las personas que van a hospitales son usadas luego en rituales de brujería.  Un ejemplo extremo del miedo ha sido el asesinato de 8 miembros de un equipo de salud en una aldea de Guinea cuando iban a brindar educación sobre el Ébola.

El tema dará para muchos análisis, pues esta historia en desarrollo toca prácticamente todos los temas que se estudian en salud pública, y muchos de los que se plantean también en la sociología, la antropología y la economía, para mencionar solo algunas.  Por lo pronto, planteamos algunas lecciones aprendidas, o temas para la reflexión.

1. La prevención comienza con sistemas de salud sólidos.

En principio, un brote dado de Ébola se debería contener con las medidas básicas de salud pública, mediante el llamado plan A.  Este consiste en identificación y diagnóstico temprano de los casos iniciales, aislamiento y tratamiento de los afectados, e identificación de los contactos, a quienes se les hace un aislamiento y seguimiento estricto para detectar cualquier síntoma.  Estas medidas fueron suficientes para manejar los 26 brotes previos. Nigeria y Senegal han logrado controlar los brotes presentados en la epidemia actual, gracias a una mejor estructura sanitaria y a un programa de comunicación y movilización social masiva.

Un sistema de salud es también la cultura sanitaria de sus ciudadanos, la solidaridad y la participación de la comunidad.  Para que los aislamientos de los contactos sean eficaces, es necesario que las personas cumplan con las recomendaciones de evitar desplazamientos y dar aviso oportuno en caso de síntomas.  Las cuarentenas forzosas y masivas son difíciles de implementar, siendo una medida extrema en casos desesperados.  A manera de analogía sobre  la responsabilidad individual y colectiva, se puede pensar en el ejemplo de la vacunación, que tiene un componente individual pero también un componente comunitario, ya que a mayor tasa de inmunidad hay mayor protección de la población total.

2. Las grandes actores internacionales en salud global son puestos a prueba.

Las metáforas: los Fondos con nombre propios, las millonarias donaciones que no se traducen en resultados, la fuga de talentos desde el sector público a los actores privados, la esclerosis de organizaciones burocráticas que carecen de la flexibilidad y creatividad necesaria y cuyos presupuestos decrecen.

En primer lugar, a pesar del enorme aumento en recursos invertidos para salud global, el caso del Ébola destapa una falla básica.  Los recursos deberían contribuir ante todo a construir sistemas sólidos locales que no acusen tanta dependencia de esas mismas ayudas internacionales.  Ello es, generar fuerza laboral en salud local, conocimiento, redes, equipos de salud que puedan actuar con rapidez.  Es obvio que ello va de la mano de, o es el resultado de, ayudar a que estos países salgan de su atraso económico.

En segundo lugar la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido duramente cuestionada por su lenta e insuficiente respuesta frente a la actual epidemia.    De hecho, la respuesta internacional fue descrita, en palabras de una experta, como una no respuesta.  Pero la misma crítica se aplica a otros grandes actores internacionales, incluyendo los gobierno de países y los fondos que tienen la capacidad para responder a esta emergencia.  Hay que anotar que el escenario financiación y gobernabilidad de la salud global ha cambiado de manera radical en las últimas décadas, y la OMS ha visto reducido su presupuesto en comparación a otras organizaciones.  Si bien el aumento de recursos y de ONGs dedicadas al trabajo en salud es bienvenido, se corre el riesgo de un escenario de actores fragmentados, con poca coordinación,  duplicación de labores e intereses en conflicto.  La rendición de cuentas resulta también difícil, aunque los delineamientos de la OECD han abordado el tema de cómo lograr que las ayudas muestren efectividad (declaración de París 2005).

De modo que los actores internacionales se movilizan y tratan de redefinirse frente a este nuevo desafío.  La OMS ha estado activa, a pesar de las críticas sobre la lentitud de su respuesta.  El Banco Mundial, liderado por su presidente, busca un posicionamiento de liderazgo.  Bill y Melinda Gates anuncian fondos dedicados a luchar contra el Ébola.  Y en la misma semana en que anuncian la compra de 700 acres de una isla en Hawai por más de 100 millones, los Zuckerberg anuncian la donación de  25 millones de dólares para luchar contra el Ébola.

Los recursos ya están, pero no donde se necesitan: en las calles de África.  El riesgo que asumen las organizaciones que llevan personas al área es un elemento que obstaculiza la ayuda eficaz.  Nadie quiere exponer a su equipo a una infección con Ébola sin al menos asegurarles que van a recibir el tratamiento médico indicado.  En otras palabras, que pueden sacarlos del área y transportarlos hasta un hospital de primer nivel en Europa o en Estados Unidos.

Otros actores, en cambio, van saliendo fortalecidos gracias a su labor frente a las exigencias actuales.  La organización Médicos Sin Fronteras (MSF) ha sido valiente y eficaz en su tarea, ha liderado la respuesta en el terreno mismo  y ha alertado a la comunidad internacional.  Según uno de los participantes del foro sobre el Ébola llevado a cabo en La Universidad de Johns Hopkins, Cuba también ha hecho una labor que merece reconocimiento.

3. La humildad no está de más.

Hace unos pocos días, luego de admitir en su hospital al primer paciente que desarrolló síntomas de Ébola en los Estados Unidos, el director del hospital en Texas dijo: “Esto no es África Occidental” y afirmó que el paciente había sido atendido con todas las precauciones del caso.  Una semana después, ya son dos las enfermeras de dicho hospital que contrajeron la enfermedad.  No es África Occidental, pero cualquier hospital de primer nivel entiende que los retos de cumplir con criterios de calidad que brinden seguridad a los pacientes y a los prestadores de servicios no es una tarea pequeña, y que hay que admitir riesgos, errores y  áreas de incertidumbre.  Además, la medicina hace rato sabe que solo se es competente en aquello que se practica con frecuencia, y los protocolos para el manejo de estos casos no son parte común del ejercicio clínico en la gran mayoría de hospitales.  Se necesita educación, entrenamiento, práctica y supervisión.

Un reto similar ya se vio en Colombia, donde la falsa alarma de un posible caso de Ébola llevó a una situación caótica en un hospital en Cali.  Lograr establecer protocolos que aseguren la calidad y la seguridad de la atención es tarea prioritaria para los hospitales de primer nivel que se preparan ante la posibilidad de atender casos de la Enfermedad.

Otra consecuencia de las incertidumbres actuales anotado por el panel de expertos de el foro de Johns Hopkins, es que no hay un plan claro de qué se debe hacer en este momento.  El plan A, como se mencionó anteriormente, ya no es suficiente.  El llamado plan C, la vacunación, en caso de que se logre desarrollar con efectividad clínica (y hay optimismo en que a diferencia de la malaria o del VIH para el Ébola sí es factible tener la vacuna lista en corto plazo) tardaría al menos 9 meses para aplicarse a nivel poblacional en el mejor de los casos.  El plan B está entonces por desarrollarse: una mezcla de plan A con cuarentenas más estrictas y con una participación mayor de la comunidad.

4. La comunicación en salud, la comunicación de riesgos.

La participación activa de la población es indispensable para contener un brote de Ébola y al mismo tiempo mitigar comportamientos aversivos que generan un impacto económico negativo.  La comunicación de riesgos no es tarea fácil.  Para empezar, entender qué significa un riesgo, darle una medida o un peso, no es tan intuitivo y sencillo cómo algunos creen.  En segundo lugar, se debe saber comunicar lo que se conoce con certeza y también lo que no, sin tranquilizar falsamente y sin generar pánico ante eventos improbables.

5. Factores culturales, globalización y deforestación.

Como dice MichaelOsterholm, un experto en el tema, el virus no ha cambiado: África y el mundo han cambiado, y de ahí la actual epidemia. La deforestación y la mayor movilidad gracias a más caminos por zonas selváticas, contribuyó a la diseminación del Ébola.  La deforestación también supone una mayor densidad de vectores, lo cual aumenta la probabilidad de exposición de humanos al virus. A ello se suma el desplazamiento de personas de un país a otro a través de las “fronteras porosas” y la facilidad para viajar de un continente a otro.

Otro factor cultural contribuyó a la diseminación inicial de la enfermedad.  En los países afectados, los familiares no solo tratan al enfermo sino que también lavan y preparan el cadáver antes de los ritos funerarios, y es este el momento en que hay mayor riesgo de contaminación con el virus.   Este factor parece haber cambiado y ya la población sabe que no debe entrar en contacto con el cadáver de un familiar cercano que haya fallecido por un posible caso de Ébola.  Este fenómeno, la adaptación conductual de la población, que puede incluir otros cambios como evitar más el contacto físico usual entre personas, o tomar medidas extras al cuidar de un enfermo, es un factor que puede contribuir a frenar la epidemia.

El terreno para que el Ébola creciera estaba tristemente abonado.  Años de guerra y conflicto llevaron a un tejido social roto que hace aún más difícil lograr un movimiento comunitario que es indispensable para contener una epidemia.  A ello se suma las condiciones del subdesarrollo: un sistema de salud precario, escasa fuerza laboral en salud, liderazgo ausente, recursos materiales mínimos o inexistentes.  En varias de las tomas transmitidas desde los países afectados se ve que muchos de los pacientes ni siquiera reciben líquidos intravenosos.  Los trabajadores de la salud no cuentan con los equipos necesarios ni con el entrenamiento adecuado.  Además, no se les paga: un equipo de salud desmotivado y abrumado por la magnitud de la tarea que enfrentan es un elemento más del círculo vicioso que impide contener la epidemia (Peters).

Era claro, entonces, que la respuesta de la comunidad internacional era el elemento que podía detener que el brote de Ébola saliera de control. Sin embargo, siguiendo la excelente analogía de Osterholm, mientras el virus camina a su paso rápido, la respuesta de las instituciones va a un paso burocrático mucho más lento. 

Para terminar (por lo pronto).

Cuando pase esta tragedia, las secuelas durarán muchas décadas.  Para empezar, está la dura realidad de los cientos de  huérfanos y el impacto psicosocial de duelos y experiencias traumáticas.  La consecuencias económicas ya se sienten, pero tardarán años en ser superadas.  Y cómo si fuera poco, la epidemia puede convertirse en una cortina de humo que hará que otros problemas de salud, como la mortalidad materna o la malaria, pasen a un segundo lugar. La tragedia humanitaria de larga data debido a otros problemas de salud no se detiene por la aparición de otra tragedia; se suman.

José Miguel Uribe - Rafael Pardo

Recursos adicionales


Página web de la OMS sobre el Ébola:

Colección de artículos sobre el Ébola en la Revista Science:
http://www.sciencemag.org/site/extra/ebola/?utm_source=newssidebar&utm_medium=web&utm_content=ebola&utm_campaign=collection-promo

Red de comunicación sobre el Ébola: http://ebolacommunicationnetwork.org/

Compilación de noticias sobre la enfermedad por el virus del Ébola, Escuela de Salud Pública de Harvard: http://www.hsph.harvard.edu/ebola-in-the-news/

Nuevo portal con amplio cubrimiento del tema: http://www.eboladeeply.org/

10/09/2014

Sobre el estigma y los términos diagnósticos: A propósito del día mundial de la Salud Mental.


 ¿Hasta qué punto el estigma en los trastornos mentales es el resultado de los términos diagnósticos empleados por la psiquiatría tales como esquizofrenia o trastorno bipolar?  ¿Es el diagnóstico mismo, cualquiera que sea, una forma de estigmatizar, al igual que el hecho de hablar de enfermedad mental?(1) 

Cuando se estudian las dificultades para abordar los trastornos mentales de una manera abierta siempre se menciona el estigma como una de las principales barreras.   Se trata de un fenómeno global, aunque sus efectos pueden ser más notorios en países de bajo ingreso, donde hay poca educación en salud y sistemas de salud ineficientes.  Entender el estigma y poder atenuarlo o contrarrestarlo es una tarea esencial en salud mental pública.

¿Qué es el estigma?  El estigma es una señal, o una marca que diferencia a un individuo o a un grupo de otros de una manera negativa.  Es una diferencia que lleva a la exclusión, a la discriminación y a la distancia social.  La persona o el grupo estigmatizado no son aceptados en condiciones de igualdad.  No solo la enfermedad mental es estigmatizada: lo mismo se aplica a otras condiciones como el SIDA, el cáncer, la obesidad y en estos momentos al Ébola.  Aparte de la salud, otros ejemplos de estigma tienen que ver con condiciones sociales (ej. haber estado preso, etnicidad, incluso acentos).   Hasta cierto punto, todos hemos estigmatizado y hemos sido objeto de estigmatización.  Estar “incluido” y ser considerado igual en todos los sentidos es algo relativo y cambiable. 

En el caso de los trastornos mentales, el estigma tiene dos componentes cruciales:
            1. la idea de que la persona es responsable de lo que le sucede (juicio moral)
            2. El temor y rechazo al creer que la persona representa peligrosidad o es una amenaza. 

En efecto, una de las reacciones más frecuentes (todos tendemos automáticamente a ello) es decirle a una persona con dificultades emocionales que “ponga de su parte” y que si solo quisiera y lo intentara de veras, saldría de su estado mental patológico.  Una variante de este juicio es creer que la persona en algún grado “se merece” lo que le está sucediendo.

El segundo elemento, la peligrosidad, se basa en la generalización y es fomentada por la atención exagerada que se le presta a algunos episodios notorios.  A partir de unos pocos casos en que personas con trastorno mental han sido violentas se llega a la falsa conclusión de que todos lo son.  Al respecto, siempre es necesario recordar que la gran mayoría de personas que sufren un trastorno mental no cometen actos de violencia y que la carga de violencia en nuestra sociedad no es en su mayor parte resultado de trastornos mentales sino de otros factores.  Las llamadas “personas normales” son las principales responsables de la violencia. Las personas con trastornos mentales resultan, por el contrario, ser con mucha mayor frecuencia víctimas de violencia que causantes de la misma (2). 

También hay que anotar que la historia muestra que las propias ciencias de la salud en ocasiones han promovido el estigma. Los profesionales y los sistemas de atención de la salud mental hemos tenido históricamente una relación compleja con el estigma, ya que en ocasiones hemos generado estigma, en muchas otras hemos abogado en contra del estigma, y en otras hemos sido también objeto de estigma.

Cambiar el nombre de los diagnósticos como una manera de combatir el estigma está en la agenda de las asociaciones mundiales de psiquiatría, y se ha avanzado mucho en esa dirección en países del Asia.   En Japón, por ejemplo, el diagnóstico de esquizofrenia se cambió en 2002 por “togoshitcho-sho” que significa “trastorno por pérdida de la coordinación”.  Otros nombres han sido propuestos, tales como “enfermedad de Bleuler”, “trastorno de integración”, “disregulación dopaminérgica”, o CONCORD (Siglas en inglés de distorsión de la realidad, de la conación (motivación, esfuerzo, impulso) y de la cognición de inicio en la juventud).  En una encuesta reciente entre expertos de la Asociación Mundial de Psiquiatría y la Asociación Europea de Psiquiatría la mayoría apoyó renombrar las esquizofrenia por considerar que el término denota estigma (Maruta, Volpe, Gaebel, Matsumoto, & Iimori, 2014).

Patrick Corrigan (Instituto Tecnológico de Illinois, Estado Unidos), quien ha investigado extensamente sobre estigma y enfermedad mental, es escéptico sobre los beneficios de este cambio de nombre(Corrigan, 2014).  Por un lado, coloca el énfasis del cambio en los profesionales y no en las personas que tienen la experiencia.  Corrigan no cree que el combate contra el estigma se deba concentrar en el campo científico o en la psiquiatría.  Por el contrario, y apoyado en las lecciones aprendidas de otros grupos que se han opuesto a la discriminación,  Corrigan aboga por que sean las personas mismas las que lideren el cambio, en un modelo similar a los movimientos sociales. El mayor impacto anti estigma será el resultado de la abogacía por parte de las personas y los familiares con la experiencia.

La segunda objeción es que el cambio de etiqueta puede desconocer las fuentes reales y perdurables de prejuicio y discriminación. Por ejemplo, se puede usar el término afroamericano y seguir siendo un perfecto racista.  La formas más obvias de discriminación se evitan pero siguen operando otras más sutiles y menos evidentes.

Finalmente, como bien anota Corrigan: “la palabra “esquizofrenia” no es lo que lleva al estigma; por el contrario, el estigma es lo que causa vergüenza como resultado de la etiqueta de esquizofrenia.” Si no se cambia la actitud fundamental, las nuevas denominaciones resultaran otra vez impregnadas de estigma.  Hay que agregar que una de las mejores maneras de combatir el estigma (y la discriminación en general) es poder tener una experiencia directa con alguien con esquizofrenia y así corregir muchas preconcepciones.

En conclusión, cambiar los nombres de los diagnósticos puede ser útil, pero no es suficiente. En mi opinión, lo más probable es que el nombre “esquizofrenia” deje de ser empleando no por su posible relación con el estigma, sino por su imprecisión: en la medida en que se entiendan mejor las diferencias clínicas y biológicas del “grupo de las esquizofrenias”, surgirán nuevas denominaciones relacionadas con alguna característica distintiva de cada nuevo grupo identificado.  No será simplemente un cambio arbitrario de nombre. 


En síntesis
El estigma es una importante barrera para lograr un adecuado cubrimiento de los trastornos mentales.
El estigma se basa en un juicio moral y en una percepción sesgada de peligrosidad
Cambiar el nombre de los diagnósticos, como el de la esquizofrenia, ha sido propuesto como estrategia anti estigma.
El empoderamiento de las personas con esquizofrenia y sus familiares puede ser el camino más eficaz para vencer el estigma.
Las investigaciones actuales sobre la naturaleza diversa del llamado “grupo de las esquizofrenias” puede ser el camino para nuevas denominaciones con mayor utilidad.


Notas
(1)  El lector habrá notado que preferimos hablar de “trastorno” que de “enfermedad”, y que cuando se emplea esta última casi siempre es en el contexto de “personas con enfermedad mental” o cuando se habla en un sentido general, como el de “carga global de enfermedad mental”.   Habrá tiempo para desarrollar el tema en otras columnas.
(2)Hay que aclarar que en la clínica psiquiátrica la evaluación del riesgo de violencia contra sí mismo o contra otros, es un elemento central de la práctica.  No se pretende negar este riesgo, sino contextualizarlo en cuanto prejuicio o sesgo social.
 

Referencias
Corrigan, P. W. (2014). Erasing stigma is much more than changing words. Psychiatric Services (Washington, D.C.), 65(10), 1263–4. doi:10.1176/appi.ps.201400113
Maruta, T., Volpe, U., Gaebel, W., Matsumoto, C., & Iimori, M. (2014). Should schizophrenia still be named so? Schizophrenia Research, 152(1), 305–6. doi:10.1016/j.schres.2013.11.005

Otras Lecturas:

A favor del cambio de nombre:
George, B., & Klijn, A. (2013). A modern name for schizophrenia (PSS) would diminish self-stigma. Psychological Medicine, 43(07), 1555–1557.

En contra: 
Lieberman, J. A., & First, M. B. (2007). Renaming schizophrenia. BMJ (Clinical Research Ed.), 334(7585), 108. doi:10.1136/bmj.39057.662373.80