Con esta entrada se inicia la discusión
sobre los retos y realidades que enfrenta una política de salud mental que
aspira a convertirse en una prioridad para la salud pública.
La Ley 1616 o Ley de Salud Mental en Colombia fue aprobada en Enero de 2012. Es una ley progresista, moderna, basada
en un enfoque de derechos, y que privilegia el concepto de promoción y
prevención en salud mental. Busca
“garantizar el ejercicio pleno del Derecho a la Salud Mental” de la población
colombiana y en el preámbulo prioriza a la infancia y la adolescencia. En la introducción se destaca también la
promoción y la prevención en salud mental, la atención integral y la atención
integrada, la promoción de calidad de vida y la atención primaria en salud.
La Ley de Salud Mental representa un
avance importante para alcanzar una política de salud mental que sea una
realidad y que incluya los niveles más básicos de la atención en salud. Como toda política ambiciosa tiene también
sus dificultades, y el reto principal está en la implementación de la promoción
y de la prevención en salud mental y en articular los niveles de atención primaria
de una manera integral, sin olvidar a quienes padecen trastornos mentales
severos.
Ley 1616: Su Campo de acción.
La Ley 1616 define la salud mental como “un estado dinámico que se
expresa en la vida cotidiana a través del comportamiento y la interacción de
manera tal que permite a los sujetos individuales y colectivos desplegar sus
recursos emocionales, cognitivos y mentales para transitar por la vida
cotidiana, para trabajar, para establecer relaciones significativas y para
contribuir a la comunidad.”
La definición de salud mental en la Ley
1616 sigue los delineamientos de la OMS, quienes usan básicamente la misma
definición. En la constitución de la
OMS la salud en general es definida como “…un
estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la
ausencia de afecciones o enfermedades.”
Y sobre salud mental, dice la OMS: “La salud mental no es sólo la
ausencia de trastornos mentales. Se define como un estado de bienestar en el
cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las
tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera
y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.” Cuando se dice que no solo es la ausencia de un trastorno
mental se está diciendo que es cuando menos la ausencia de un trastorno
mental. Y esta afirmación es importante,
para mantener la especificidad de la salud mental al expandirla a los aspectos
de promoción, prevención, y de la salud mental positiva.
En buena hora se da otro paso más para
dejar atrás la predominancia del modelo biomédico y se aborda una definición
más general, más en línea con la definición de salud como el completo bienestar
y no solo como la ausencia de síntomas.
Salta a la vista que definir tanto salud mental como trastorno mental no
es tarea fácil, y que la que ofrece la Ley 1616 contiene algunas expresiones
problemáticas. Por ejemplo, este enfoque
corre el riesgo de ser demasiado “nebuloso” al tratar de ser inclusivo. Si la salud mental es poder vivir una “vida
buena”, pues el problema es que al ser todo, no es nada. Salud mental no es toda la vida de un
individuo. O bien se abandona el
concepto de salud mental, o se trata de conservar alguna especificidad en el
mismo. ¿Cuál es la diferencia entre
“transitar por la vida cotidiana” y “vivir”? Cuándo la ley habla de “sujetos
individuales y colectivos”, ¿está afirmando que existe una “salud mental
colectiva”? ¿Quién define “un
colectivo”, y más aún, una “buena salud mental colectiva”? ¿Y cómo se va a definir contribuir a la
comunidad?
Además, en la definición no hay algo que
permita entender qué es un trastorno mental, pues no todas las dificultades
emocionales , cognitivas o mentales en trabajar, transitar por la vida
cotidiana o en establecer relaciones significativas que tiene un individuo son
debidas a un trastorno mental. Los trastornos
mentales se excluyen de la definición inicial, y aparecen en el artículo 5º,
otras definiciones. Y nuevamente, la definición de trastorno mental plantea
otras dificultades, que serán discutidas en otra ocasión.
La presencia y ausencia de síntomas sigue
siendo importante para una política de salud mental. Para empezar, hay una razón histórica, y es
que el campo de la salud mental se origina en el interés de muchas disciplinas
por estudiar el problema de los trastornos mentales, lo cual llevó de manera
lógica a considerar los diferentes factores de riesgo y de ahí a los
determinantes sociales, que desembocan en una visión más amplia de salud
mental. Y en segundo lugar, si bien hay dificultades en promover una salud
mental entre ciudadanos que no experimentan “síntomas”, los obstáculos, las
barreras, y el estigma más importantes siguen siendo los derivados de los
llamados trastornos mentales severos.
Cuando se trata de promover el bienestar, la felicidad, mejorar la
relaciones interpersonales, casi todo el mundo está de acuerdo, así no sepan
bien como hacerlo. Pero cuando se trata de
abordar sin prejuicios a las personas con trastorno mental severo, y tener un
mejor entendimiento de su situación sin estigma y sin exclusión, las cosas son
más complejas. En otras palabras: la
convivencia con el “semejante” (que no tiene un trastorno mental severo)
plantea problemas distintos al de la convivencia con alguien que padece un
trastorno mental (visto como “el diferente”).
En suma: es importante seguir concentrando esfuerzos en la detección,
tratamiento temprano, y la rehabilitación de los trastornos mentales severos,
tanto por ser un campo específico de acción de la salud mental, como por el
impacto general que este grupo de problemas tiene sobre la comunidad.
Para resumir: La Ley 1616 es un avance
importante para sentar las bases de una política de salud mental, cuya tarea
aún está pendiente. Al definir la salud
mental, la ley lo hace de una manera amplia que permite incluir elementos
sociales que trascienden el nivel individual.
La ley también aboga por un abordaje intersectorial de la salud mental,
dirigido a modificar determinantes sociales que son cruciales sobre todo en la
infancia y la adolescencia. Sin embargo, al expandir tanto el campo e incluir
múltiples actores y sectores corre el riesgo de perder el enfoque específico de
salud mental.
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